Reflexiones y datos en torno al aborto
La vida humana es de un valor inmenso, y por lo tanto debería ser siempre defendida, bajo cualquier circunstancia y en cualquier momento de su desarrollo. Porque si hay alguna posible excusa para actuar sobre ella cuando está en desarrollo, entonces siempre podrá haber nuevas excusas. ¿Quién establece si hay vida humana en el primer día de la gestación, en el sexto mes, o luego de nacer o quizás aún después?
La defensa de la vida humana –que es el principal de los derechos humanos– requiere fundamentos muy sólidos y no sujetos a discusión, para asegurarnos realmente de que no se repetirán las barbaries del siglo pasado. El único modo de establecer estos fundamentos es sostener que la vida humana es sagrada siempre, desde su gestación hasta la muerte natural. Si no, todos terminaremos sometidos al tribunal de unos pocos poderosos, que podrán decidir la eliminación de cualquier inocente, sólo porque es “conveniente” en una determinada circunstancia.
No es conveniente que el poder político se arrogue la decisión de cuándo un feto es un ser humano y cuando no, y por lo tanto cuándo se lo puede eliminar. La sola opinión, poco fundada, de que el niño por nacer podría no ser una persona humana, no nos autoriza a liquidarlo, porque ¿con qué argumento sólido podremos defender a otros seres humanos frágiles y poco desarrollados de las teorías de la selección humana, que opinan, por ejemplo, que algunos seres humanos no poseen una inviolable dignidad humana? Habrá siempre alguna excusa para eliminar al que molesta: a los pobres, a los ancianos, a los deformes, a los extranjeros, a los dementes, a los judíos, a un árabe sospechoso, o a quien se le ocurra a los locos de turno. Le estaremos concediendo a los poderosos la facultad de decidir quién tiene derechos humanos inviolables y quién no los tiene, lo cual será siempre arbitrario y abrirá paso a nuevas formas –a veces muy elegantes y modernas– de totalitarismo y barbarie.
No se trata de un argumento tremendista. La historia reciente nos enseña de qué son capaces los poderes humanos. Además, veamos como ejemplo lo que de hecho sucede en China, donde el control estatal de la natalidad determina que el segundo hijo está destinado a la muerte, aunque tenga ya un año o dos de vida; y donde se tolera que, después del parto, los padres hagan “desaparecer” a la primera hija mujer porque prefieren que el único hijo que la ley les permite tener, sea varón. En este caso, el bienestar y la libertad de los padres, que prefieren optar por un hijo varón, se coloca por encima de la vida y de la dignidad de una pequeña mujer. Pues bien; esa misma forma fácil de desprenderse de una vida humana débil, pero molesta, es la que se traslada también al feto.
Si alguien puede abortar porque prevé que el niño nacerá discapacitado, ¿qué argumento firme y sólido puede haber para no eliminar a un discapacitado recién nacido? No parece que haya una diferencia sustancial entre un feto en el tercer mes, en el sexto, o después del parto. El nacimiento no establece una diferencia tan contundente que trace una línea clara entre una vida no humana y una vida humana. ¿Qué le agrega el hecho de salir de la vagina? ¿No es acaso el mismo ser humano, con la misma identidad única e irrepetible, aunque todavía no esté plenamente desarrollado?
Al menos, desde la genética podemos decir que en el óvulo recién fecundado tenemos la misma secuencia de ADN que tendrá ese ser humano adulto, que no es la misma que tiene la madre. Conviene prestar atención: el embrión tiene un nuevo ADN y –con algunas eventuales variaciones– la misma secuencia de ADN que tendrá al nacer y durante toda su vida. Aunque no sea preciso decir que posee exactamente y plenamente la misma “carga” genética, la finalidad del programa definido en el genoma del embrión es alcanzar el desarrollo del individuo adulto. De hecho, hay un dato indudable e indiscutible: el análisis genético del embrión permite conocer cada vez más sobre el futuro de la persona, aun sus posibles enfermedades. Por eso hoy se habla tanto de la revolución del “genoma humano”, ya que la ciencia puede leer la totalidad de la secuencia genética que un sujeto porta en su ADN mucho antes de su nacimiento. Es una realidad que los diagnósticos prenatales podrán ser cada vez más certeros, ya que el embrión contiene realmente esa información, más allá de que ese individuo todavía no haya desarrollado completamente todas el conjunto de capacidades que ya posee virtualmente.
El embrión no es entonces un órgano de la madre o un tumor insignificante. Aunque dependa de la madre para alimentarse, el feto es biológicamente un ser distinto de sus padres (y esencialmente distinto del óvulo sin fecundar), singular y único, con una vida tan respetable e inviolable como la de un gran artista. Por consiguiente, no hay argumentos para sostener que un ser comienza mágicamente a tener una vida humana cuando es dado a luz o cuando pasa la barrera del sexto mes. Puesto que no existen argumentos definitorios, sería arrogarse demasiadas atribuciones decidir desde qué mes un inocente puede ser eliminado.
Determinadas concepciones filosóficas ponen en duda que el feto sea una vida humana, pero ninguna de ellas puede demostrar contundentemente que no lo sea. Sin embargo, si yo sospecho que detrás de la puerta hay un ser humano, esa sola sospecha hace que yo no pueda tirar un tiro a la puerta. Del mismo modo –reduciendo a un mínimo la argumentación– la sola sospecha de que un feto sea un ser humano bastaría para que deba ser defendido. Porque estamos hablando de algo demasiado sagrado como para despacharlo rápidamente.
Los problemas tendrán que solucionarse por otra vía, pero no eliminando una vida humana. La comprensión de las tremendas dificultades y dolorosas angustias de las mujeres no justifica, como salida, la eliminación de una vida humana inocente; así como el sufrimiento de una madre que ha tenido un hijo discapacitado no justifica el asesinato de ese niño. Las soluciones siempre tendrán que buscarse en otra parte, no en la muerte. De otro modo, seremos solidarios con alguien a costa de la vida de otro. ¿Es una solución digna compadecerse de una víctima creando otra víctima inocente?
No es razonable ni elegante tratar con ironía y superficialidad la postura contraria al aborto, porque los opositores al aborto no siempre son personas empecinadas en una posición bizantina, atrasada o machista. Muchas veces son personas con la firme convicción humanista de que, o la vida de los inocentes se defiende en cualquier circunstancia y en cualquier estadio de su desarrollo, o se la pone definitivamente en riesgo.
La primacía de los desarrollados
La vida que crece en el seno materno es tan valiosa como la vida de un adulto, aunque no esté todavía plenamente desarrollada. La diferencia está sólo en que le falta desarrollarse y es muy frágil, pero eso de ninguna manera le quita su dignidad. Por eso no podemos matar un feto porque eso le convenga a un ser humano ya “desarrollado”: por ejemplo, a un padre que no quiere asumir las consecuencias de sus actos.
Algunos defienden el aborto porque, aunque se trate de vida humana y tenga la misma secuencia de ADN del adulto que será, sin embargo todavía no está desarrollado. Por lo tanto, concluyen, no se trata de un ser humano y puede ser eliminado.
El no respetar la vida del feto sólo porque no está plenamente desarrollado, sentaría sutilmente las bases para una doctrina sumamente peligrosa. Es el anti humanismo que sólo piensa la realidad desde el punto de vista del desarrollo o “no desarrollo”, y por lo tanto otorga plenos poderes a los desarrollados para eliminar a los menos desarrollados.
De hecho, en la colonización de América algunos se sentían autorizados a eliminar a los indígenas porque no estaba claro si eran plenamente humanos, ya que el desarrollo de su inteligencia parecía menor. Lo mismo podemos decir sobre otros momentos de la historia no tan lejana, cuando pensaban que había razas “de segunda”, que por eso podían ser destruidas. Igualmente da miedo pensar en ciertas teorías que invitan a eliminar a los discapacitados, justamente por no estar plenamente «desarrollados», o por no ser plenamente conscientes o plenamente productivos. ¿Vale menos un discapacitado por el hecho de tener un desarrollo menor? ¿Es menos persona humana por eso?
Entonces ¿son los poderosos desarrollados los que deciden quién es humano y quién no, quién tiene o no tiene derecho a la vida? El derecho del vientre no puede ser superior al de la vida inocente, porque eso sería un modo más de consagrar el derecho absoluto de los más fuertes, y establecería un principio social simbólico que, en la práctica, terminaría justificando diversas agresiones a los derechos humanos. Porque hay una tremenda disparidad de poder entre la mujer, dueña del vientre –o el varón que la lleva a abortar– y el feto completamente frágil. Por eso, la defensa del niño o de la niña por nacer es un modo de ser voz de los que no tienen voz.
Si reducimos nuestras decisiones sobre la vida humana a lo que es útil o conveniente para los «desarrollados» volvemos a autorizar cualquier despotismo arbitrario, dándole plena legitimidad. El que nosotros, desarrollados, podamos decidir a nuestro antojo sobre la vida de un feto, no desarrollado, lleva lógicamente a la idea de que también los sectores más «desarrollados» de la sociedad mundial pueden disponer a su antojo de los menos desarrollados. De hecho, para poder seguir con su consumismo alocado, nos ordenan que recibamos su basura nuclear altamente tóxica, o que los pobres aborten más. No conviene caer ingenuamente en las redes de sus falsos argumentos.
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