Tercera entrega de la sección dedicada a la cinematografía, con detenimiento en las buenas películas y directores y que surgen de obras literarias.
Million dollar baby, Clint Eastwood (2004)
Por Yanet E.Crudo
“A veces la mejor forma de dar un golpe es retroceder. Pero, si retrocedes demasiado, ya no estás peleando”.
Alguna vez, cerca de su estreno, curiosa, pregunté de qué se trataba esta película, a lo que me contestaron: “De una mujer que quiere ser boxeadora pero ya es grande”. Terrible. Fulminante. Fue algo así como cuando le dicen a los niños: “No vayas porque está el Cuco”, “No hagas (tal cosa) porque viene el hombre de la bolsa”. Lo bueno es que uno crece y puede informarse por sus propios medios así como dejar de atemorizarse por monstruos (o no). De todas formas, y aunque informada, el tiempo pasó y no vi la película hasta mucho después, y, para ser exacta, luego de ver El gran Torino (2008) también dirigida y protagonizada por Clint Eastwood. (¡Qué película!)
Million dollar baby podría ser una película más de esas sobre boxeadores, pero no, claro. La dirigió Clint Eastwood, la produjo también Clint Eastwood, la protagonizó y compuso la banda sonora. Con un guion escrito por Paul Haggis (Crush, Casino Royale) basado en la novela Rope Burns: Stories from the corner (Quemaduras de cuerda: Historias desde el rincón) del escritor F.X. Tole, Million dollar baby cuenta una historia de redención, de amor fraternal y superación personal a través de los personajes de Frankie Dunn (Clint Eastwood), Maggie Fitzgerald (Hilary Swank) y Eddie “Scrap-Iron” Dupris (Morgan Freeman).
La película comienza con la narración en voz en off de Eddie, una voz suave, pastosa, acompañada por una guitarra acústica, de tono melancólico. Una combinación exquisita que demuestra desde el principio el carácter sensible con el que será desentrañado el film. Una voz que armoniza las imágenes del entrenamiento con los diálogos que se van sucediendo entre los personajes. El relato es manejado por él hasta su final, de mientras surgen las escenas en las que él también es protagonista: un ex boxeador, de unos sesenta años, ciego de un ojo a causa de una pelea que lo alejó del ring y que ahora vive y trabaja en el gimnasio de boxeo venido abajo de Frankie, en Los Ángeles, California.
Frankie es un setentón, de carácter testarudo y tradicional, entrenador personal desde hace unos años de Willie, un boxeador maduro que espera ansioso la pelea por “el título” y a quien parece estar protegiendo más que preparándolo para el campeonato. En este contexto aparece Maggie, una treintañera de orígenes muy humildes que trabaja en un bar como camarera, cuyo anhelo es ser alguien en la vida como campeona de boxeo. Y está dispuesta a todo. Su vida es solo trabajar, ahorrar el mayor dinero posible (come las sobras de los clientes del bar) para poder entrenar y cambiar el rumbo de una vez y para siempre. Sencilla, pero tenaz y decidida, entiende que para lograrlo necesita la ayuda de Frankie, como su entrenador personal. Pero Frankie no entrena mujeres, y mucho menos mujeres grandes, como Maggie. Hasta acá parecería ser una película como cualquier otra, pero Clint Eastwood va por más.
Pantalones hasta la cintura, cinturón de cuero, zapatillas y chomba. Pelo canoso, un poco calvo y rasgos duros. Frankie, un hombre mayor con temperamento necio, por veces arrogante y muy prejuicioso. Frankie le reza a Dios todas las noches por su hija, de quien se encuentra distanciado hace muchos años, y también le reza por “lo que ya sabe”. No se aclara pero se puede suponer que es un eventual reencuentro con ella. Porque frankie espera, se protege, no se anima a buscarla, conversar con ella y obtener su perdón. Es que detrás de ese hombre duro y orgulloso, se encuentra un padre frustrado, pero ansioso por una reconciliación. Y el tiempo pasa… y de mientras… Frankie estudia la lengua gaélica y espera para llevar a su boxeador a una pelea triunfal.
El papel de Eddie surge excepcional para esta historia. Es un mediador. Un amigo que a través de sus palabras, sus consejos, será el encargado de establecer las conexiones necesarias para que las cosas sucedan; irá, de a poco, acercando a ambos personajes. Eddie es un hombre sabio y de buenas acciones, se preocupa y ocupa tanto de Frankie y Maggie, como de los demás miembros del gimnasio. Es que “Hit Pit” no es solo un gimnasio de boxeo. En él se encuentra una confluencia de personas estigmatizadas socialmente. Todo está venido abajo. Clint Eastwood realiza una apreciación social desde su rol como director: tres chicos, un latino, un negro y un estadounidense con retraso mental (estigmatizado por los estigmatizados) de esas personas a las que se suele tildar como “loser”, son coprotagonistas de esta historia. Personas que no tienen nada que perder, con ambiciones que no van a lograr. Pues, qué se puede esperar de un gimnasio en decadencia en un barrio en decadencia.
Desamparada en la vida, humilde en todo su ser, con una familia de esas que, para eso mejor no tener familia, Maggie entrena sola, día y noche para convertirse en boxeadora. “Y si la estás golpeado (la pera de Frankie), la gente pensará que te entreno”. “¿Eso es tan malo jefe?” “Sí. Sí, lo es. Cada vez que la tocas me haces perder negocios aquí. Bueno, no puedo prestársela a cualquiera, tú sabes.” Una de las tantas negaciones misóginas de Frankie para desmerecer su posición en mundo del boxeo. Es que Frankie es de otra vida… no entiende ni quiere entender. Para él, la mujer boxeadora es solo “un espectáculo de moda.” Pero ni semejante desprecio ni arrogancia van a hacer que Maggie deserte. Por algún motivo Maggie está empreñada en que él sea su entrenador. Ve en él un potencial, un entrenador de campeones. Y está cegada. Por algún motivo también, Frankie solo ve en ella una pérdida, una degradación hacia su cargo, o tal vez sea simplemente, cobardía.
Y Eddie, Eddie todo lo ve, y de mientras Frankie sigue estudiando la lengua gaélica intenta alertarlo de que su boxeador estrella, ese al que todavía le faltan “dos o tres peleas” para la pelea por el Título, se va a ir con otro representante, porque, claro, ya hace mucho tiempo está entrenando y, con su edad, necesita una pelea triunfal. Sin embargo, esa necesidad de proteger a su discípulo lo lleva al abandono. Willie lo deja, quiere el título y lo quiere ahora. Y lo obtiene, sin Frankie…
“Pudiste conseguirle una pelea por el título haces dos años. Él lo sabía. Lo estabas protegiendo del campeonato.” Una vez más, la falta de acción de Frankie. ¿Es tan necio y testarudo como aparenta o esconde algo más, muy dentro de él? Por supuesto. Las excusas de Frankie son solo excusas. Prefiere pecar por precavido. Mmm, no lo creo. ¿Será un cúmulo de fallas durante su vida? ¿Será remordimiento? Frankie, decide tan lento como camina. Será lo que deba ser. Entonces el porvenir llega, y lo encuentra, solo. Ahora son solo Frankie y Eddie… Los años de conocerse, la amistad, ese mirarse sin decir nada diciendo todo, quizás un poco dura y rebuscada, pero su amistad al fin y al cabo. Un reflejo de lealtad. Y Maggie, en la oscuridad del gimnasio, con su rostro en claroscuro, pegándole a la pera, su propia pera, la que compró con sus ahorros, para entrenar, sola, hasta que Frankie la acepte. Ella solo quiere a Frankie.
“¿Estás en condiciones de negociar?” “Sí, señor. Porque sé que si me entrena bien, seré campeona. Quiero un entrenador. No quiero favores ni caridad.” Grita a Frankie, casi entre lágrimas, enojada y triste, en su cumpleaños número 32, mientras entrena sola, semi a oscuras, en la soledad del gimnasio. Por primera vez, Maggie, iracunda. Y valiente, como siempre. Quiérete que te querrán… Probablemente la mejor escena de la película…Y entonces parece que Frankie ya no es tan Frankie y accede a entrenarla, pero solo hasta encontrarle un manager de mujeres. “Yo te voy a enseñar a pelear, luego te consigo un manager y me salgo del camino.” Bueno, de a poco. Su cara, sus ojos, su sonrisa, su todo. ¡Quién pudiera estar en su alma para sentir esa plenitud! La alegría no tiene fin. Maggie empieza a recorrer su camino.
La escena comienza con el relato de Eddie, mostrando a Frankie solo en su sillón, mientras mira la pelea triunfal de su ex boxeador, y termina con Frankie entrenando a Maggie. Y Eddie, cumpliendo su rol, como protagonista, relator y mediador en la relación entre ambos. Tiene todo. Música, claroscuros, alegrías, enojos, reconciliaciones, diálogos… Y un futuro. El inicio de una nueva etapa, una nueva oportunidad. Marca un quiebre en la historia, un cambio en la personalidad de Frankie, el regocijo de Maggie y el bienestar personal de Eddie. Porque él es así, y verlos juntos lo hace feliz.
Lo siguiente será una sucesión de éxitos en la carrera de Maggie. Frankie la entrena y finalmente consigue un manager para ella pero éste la traiciona por lo que definitivamente accede a ser su representante. De a poco, ambos van a formar un vínculo emocional implacable, el de padre e hija. Maggie encuentra en Frankie no solo un entrenador sino el padre que nunca tuvo y Frankie el amor que su hija no pudo darle. Es ese brillo en los ojos, esa mirada incondicional, entre padre e hija. El amor fraternal. La verdadera trama de la película. Redención absoluta. Un éxito de Clint, sin dudas.
Y Frankie parece feliz. Ya no sueña con escaparse, sentirse libre, fuera del mundo de las peleas y del dolor que lo carcome por dentro. La felicidad está acá. Es hoy. Y es ahora.
Mo Cuishle
Finalmente, Maggie va por todo. Maggie entrena, pelea y gana. Gana peleas, fama, dinero, se populariza como una de las mejores boxeadoras del mundo de la mano de Frankie bajo el seudónimo de Mo Cuishle, una frase del idioma gaélico puesta por él, quien le regala su primera bata con esa inscripción. ¿Su significado? Un misterio pronto a revelar…
A medida que pasa el tiempo Maggie obtiene todo y su relación con Frankie florece día a día. Persevera y triunfarás.
Frankie le recomienda comprarse una casa. El techo propio. La mejor inversión. Y Maggie, tan dulce como ilusa, lo hace, pero para su madre y hermana. Un regalo especial, de mucho empeño y trabajo duro, que se convertirá en dolor absoluto y la máxima envidia y desprecio al ser rechazado por ellas. Increíble, pero cierto. Después de tanto sacrificio, ella solo pensó en su familia. Sin embargo, su familia se “avergüenza” de ella por ser boxeadora. De acuerdo con su madre, lo que debería hacer es buscarse un hombre y cumplir su deber de mujer. Nada más que decir.
Bueno, algo más… la rechazaron a ella, a la casa no. Igual que las cartas devueltas al remitente, rechazadas por la hija de Frankie, una tras otra.
Pero, el show debe continuar y Mo Cuishle llega a su última parada… y es la pelea por el título mundial del peso welter contra Billie “La Osa Azul” (boxeadora en la vida real) la actual campeona. Momento de tensión y júbilo en Las Vegas. Por un lado, Mo Cuishle, feliz, siempre feliz, a punto de cumplir el sueño de su vida, una entrada triunfal, decidida a todo, acompañada de música irlandesa al grito de los espectadores de “Mo Cuishle” iluminada entre sombras hasta llegar al ring en donde parece que el sol brillara en su rostro. Por el otro, la Osa azul, tenebrosa, como anunciando un peligro latente. Dura, violenta, casi fúnebre…
Maggie comienza la pelea perdiendo pero pronto se recupera casi hasta noquear a la osa, quien se “salva por la campana”. Pero Maggie no se salva. En esos segundos después del toque, Billie, tan sucia como mala perdedora, le pega por la espalda haciendo que caiga y se golpee la nuca con el banquito que Frankie acababa de situar en el ring… Lo que sigue, es un cúmulo de adjetivos desgarradores y una desgracia fatalista. Million dollar baby o Golpes del destino, además de ser una película sobre redención y amor fraternal es shockeante e impactante. Es como soñar que querés gritar, pero no podés, que querés golpear, pero no podés, que te querés escapar, pero no podés.
Es sentir que el mundo se viene abajo y no hay nada que puedas hacer para evitarlo.
Maggie queda tetrapléjica. Inmóvil del cuello para abajo y con respirador. Cual padre, Frankie permanece a su lado. Y Eddie también, mientras se hace cargo del gimnasio. Su familia, esa que la rechazó, anuncia que va a visitarla, pero llega días más tarde, después de conocer los parques de Disney y aparece con remeras y sombreros alusivos en la clínica. Parques que conocieron con el dinero de Maggie, claro. Y no solo acompañados de Mickey Mouse sino también de un abogado dispuesto a mediar los documentos necesarios para que su familia pueda hacerse cargo del dinero que le queda a la pobre Maggie. A punto de firmar, con la lapicera en la boca, escena tan triste como patética, finalmente se da cuenta de las intenciones de su familia y los echa. Y ellos se van, para siempre. La abandonan en su peor momento. Como se dijo antes, una familia de esas que mejor no tener.
Pero siempre nos quedará Frankie, que no se despega de su lado, la cuida, charla con ella, la baña, la acaricia, la ama. Entonces surge la culpa nuevamente, ese remordimiento, ese estigma del fracaso latente, ese que llevó a Eddie a perder un ojo, a Frankie a perder a su hija y a Willie. Un malestar crónico que Maggie supo curar en su vida devolviéndole la sonrisa a un viejo cascarrabias. Todo se desvanece. Y cuando parece que las cosas ya no se pueden poner peor, una gangrena termina en la amputación de la pierna de la boxeadora estrella. Ya no quedan esperanzas de recuperación. La situación es irreversible.
Maggie, una estrella fugaz. Postrada, mutilada, rechazada y abandonada por su propia familia, le recuerda a Frankie una anécdota, la de un pastor alemán enfermo que tuvo de pequeña, a quien su padre decidió darle una muerte digna para que dejara de sufrir. Una de las tantas anécdotas de sus viajes en auto, en una de las escenas más bellas de la película, cuando le cuenta sobre su padre y como lo extraña y agradece tenerlo a él en este momento. Sublime. Triste. Real.
Tras la negativa de parte de él, intenta suicidarse mordiéndose la lengua. Lo único que su cuerpo tieso le permite hacer. Y lo repite en varias ocasiones. Sin éxito.
Suplicio
No hay peor dolor que perder a un hijo. Y Frankie perdió dos hijas. Probablemente el único acto de valentía (y amor incondicional) de su vida: finalmente accede a la petición de Maggie. Una noche, en la soledad de la clínica, se escabulle entre las sombras y entra en su habitación. Allí, le revela el significado de Mo Cuishle: “Mi querida, mi sangre” y la besa por última vez. Desconecta el respirador y le da una inyección. Se puede ver a Eddie, a lo lejos, observando la situación, como espiando…
“Muy bien. Te voy a desconectar tu máquina de aire y luego te dormirás. Luego te pondré una inyección y te quedarás dormida. Mo Cuishle significa ‘mi querida, mi sangre’.”
Entonces Eddie puede terminar su relato. “Él le puso una sola inyección. Era suficiente adrenalina para hacer el trabajo varias veces. Él no quería que ella pasara por esto de nuevo. Y se fue. Creo que ya no le quedaba nada. Yo regresé al gimnasio. Esperé pensando que él iría tarde o temprano.”
Y la idea de perderse en el mundo, de aislarse en la soledad porque ya no queda nada parece ser el único éxito al que estaba destinado Frankie.
“Frankie nunca regresó. Frankie no dejó una nota y nadie sabía a dónde se había ido. Yo esperaba que hubiera ido a buscarte a ti, a pedirte una vez más que lo perdonaras. Pero tal vez ya no le quedaba nada en su corazón. Solo espero que haya encontrado un lugar en donde pueda estar en paz. (…) No importa donde esté. Pensé que debías saber de tu padre, qué clase de hombre fue él.”
La narración resulta ser una carta que Eddie le escribe a la hija de Frankie. Una hija que, no sabemos el motivo, rechazó a su padre una y otra vez. Quizás la última apuesta de Eddie por una reconciliación fraternal, quizás un reclamo hacia ella por contribuir con su desprecio a su desaparición. Lo único cierto es que solo queda el valor de la amistad y un dolor infinito.
Million dollar baby, estrenada en 2004, ganó el Oscar a mejor película, compitiendo con El aviador y Descubriendo el país de nunca jamás (entre otras), mejor actor de reparto para Morgan Freeman representando a Eddie, mejor actriz para Hilary Swank como Maggie, y mejor director para Clint Eastwood, quien también estuvo nominado a mejor actor. También estuvo nominada por mejor montaje y mejor guión adaptado.
Yanet E.Crudo
Periodista. Preparando la tesis de la Carrera de Comunicación Social, cursada en la Universidad Nacional de La Matanza. Tiene escritos inéditos sobre cine, su pasión.
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