Una particular vendimia, en medio del aislamiento preventivo, se realizó en las “Viñas del Nant y Fall”, uno de los emprendimientos vitivinícolas más australes del mundo.
Vinos patagónicos, a 45 minutos de Esquel
Entre abril y mayo, en inmediaciones del centro de Trevelin y a unos 45 minutos al sur de Esquel, las “Viñas del Nant y Fall”, ubicadas a orillas del río que lleva ese nombre, vivieron su quinta vendimia de manera particular. Íntima, entre familiares y trabajadores, sin la presencia habitual de visitantes, la celebración de la tarea de recolección de la uva se extendió durante un mes, como anticipo de los vinos por venir.
La vendimia es un celebrado eslabón en la cadena de producción vitivinícola. La primera cosecha de las “Viñas del Nant y Fall” fue en 2016, en lo que significó la primera gran fiesta de la producción de la vid en el Valle 16 de octubre, en el oeste de la Provincia de Chubut. Era la primera vez que se cosechaba uva para hacer vino en el lugar y de allí en adelante, cada año, se multiplicaron los visitantes que arribaron para esta época a compartir la fiesta de una producción impensada en el lugar décadas atrás y que hoy contagia a nuevos emprendedores.
Desde la primera cosecha de 2016 de las “Viñas del Nant y Fall”, la región se viene posicionando en esta industria, recibiendo reconocimientos internacionales por las particulares cepas cultivadas y los singulares vinos que desde aquí parten a los paladares más exigentes y curiosos del país y del mundo. En ese marco, la producción vitivinícola se ha incorporado a la selecta lista de esplendorosos atractivos de la zona, junto a nada menos que las capillas galesas, el Parque Nacional Los Alerces, el centro de Actividades de Montaña La Hoya, las casas de té y el Expreso Patagónico La Trochita.
Una tradición que cruzó el Océano
Este año, el aislamiento preventivo dictaminado oficialmente para prevenir la propagación del Coronavirus obligó a tomar precauciones. Empero, considerando todas las medidas de seguridad recomendadas, la cosecha se llevó adelante y fue celebrada, aunque de manera íntima, en este viñedo que a través de esta noble tarea teje lazos interoceánicos con una tradición familiar que se inició en el norte de Italia a principios del Siglo XX.
Sergio Rodríguez, como vocero de este emprendimiento familiar que crece exponencialmente con cada cosecha, traza un hilo de continuidad con la tradición de sus abuelos para recordar que aquellos, en los años duros de la Segunda Guerra Mundial, en el norte de Italia se refugiaron en esta producción para generar los insumos necesarios que pudieron intercambiar por alimentos básicos; tejiendo de esa manera solidaria un amoroso vínculo de supervivencia.
La compra de cuatro hectáreas de chacra de mosqueta a orillas del río “Nant y Fall”, en 2010, abrió camino a este nuevo capítulo en la historia de su familia; nuevamente ligado a los vinos. Pico, pala, tractor y cable de acero hicieron falta para quitar la mosqueta. Mientras tanto, en paralelo se realizaban estudios de pre factibilidad técnica para evaluar la posibilidad de implantar un viñedo en estas latitudes. Análisis de suelo, pedidos de registros térmicos históricos, pruebas de campo, trabajos de genética vegetal y asesoramientos sobre varietales aptos para el frío concluyeron en que era posible emprender la vitivinicultura. Empero, había que recurrir a la tecnología para que las heladas no arruinaran los cultivos. Y a la paciencia.
En la actualidad, las “Viñas del Nant y Fall” cuentan con dos hectáreas y media cultivadas con cuatro cepas. Más de la mitad corresponde a “pinot noir”, con la que elaboran una variedad tradicional, otra rosada y otra blanca. Comenzaron con 300 botellas y en 2019 completaron un promedio de 13 a 14 mil botellas anuales. “El clima de la cordillera está marcado por las estaciones. Los veranos son cálidos con noches frías, lo que viene bien a nuestras uvas. Por eso nuestros vinos explotan en aromas y tienen una intensidad de sabor por encima de los promedios tradicionales”, apunta Rodríguez.
La vendimia, para este productor de Buenos Aires que se siente un patagónico más, “sintetizan en pocos días el trabajo, el esfuerzo y las ilusiones de todo un año”. Si bien la edición 2020 está impedida de contar con turistas, visitantes de la región, vecinos, y se restringe tan sólo a trabajadores y la familia cercana de la viña, destaca Rodríguez que “el espíritu de alegría y emoción de la vendimia no fue afectado”, que “hay cosas que trascienden”. Y vuelve a la tradición familiar, al norte de Italia y a sus abuelos, para reflexionar que “estas son pruebas que tenemos que atravesar y que tenemos que capitalizar” para el año próximo, apreciar con mayor intensidad la importancia de la vendimia.
Fuente: Pablo Javier Rodríguez – Turismo&Gestión – pjrodriguez@turismoygestion.com