En los últimos días, alumnos del Ciclo Básico de Bahía Blanca (institución que selecciona a los «mejores estudiantes» con rigurosos exámenes de ingreso) decidieron «festejar» el fin del año escolar con actos delictivos, perpetuados a la luz del día y en perjuicio de vecinos de la ciudad. En las redes sociales se difundieron imágenes y videos de estos hechos.
Año tras año, estas cosas se suceden. Año tras año los directivos de la mayoría de las escuelas secundarias esperan la irrupción de sus alumnos en distintas acciones descontroladas, y muchas veces se encuentran incapaces e impotentes frente a los “derechos” que los mismos estudiantes y sus padres reclaman a la hora de recibir una sanción.
Gracias a la dedicación y a la valentía de un vecino, esta vez los actos vandálicos de los jovencitos se hicieron públicos. Nos preguntamos qué medidas se tomarán en la Institución. Pero también nos preguntamos qué medida tomarán los padres ante semejante manifestación de mala educación, de ausencia y de permisividad.
Quien se animó a filmar, a fotografiar y a denunciar, en las inmediaciones de su casa sobre calle Urquiza, fue el Sr. Javier Caroselli. Vecino del Barrio Universitario, y cansado de ser testigo directo y víctima de la delincuencia juvenil, enfrentó a los jóvenes con la astucia que hace falta para no ser a su vez presa de los “derechos” que los menores tan lúcidamente reclaman cuando son pillados in fraganti.
¿Servirá esto de prueba para encontrar un punto de reflexión? ¿Seguirán las instituciones educativas y los padres dando tanto espacio a los “derechos” de los jóvenes, mientras ellos no hacen más que devolver violencia y delincuencia ante tanta libertad?
Quizá, yendo un poco «más allá» en la reflexión ante estas situaciones que tienen a jóvenes como protagonistas, deberíamos preguntarnos qué está pasando con los adultos, con los padres, con los docentes. ¿Será que tanto insistir en los nuevos derechos genera una sensación de que todo vale?

Tal vez, no sea descabellado pensar en la relación que existe entre estos hechos delictivos juveniles que se repiten adquiriendo progresivamente mayores dimensiones, y la ausencia de valores que los adultos están transmitiendo a sus hijos: si pregonamos, por ejemplo, el derecho a matar con el aborto legal, seguro y gratuito, ¿por qué no van a tener derecho los jóvenes también a festejar rompiendo veredas, ensuciando automóviles y provocando destrozos por todos lados? Si aquello es legal y gratuito, esto es un juego de niños.
En definitiva, la pregunta es cómo podemos retomar el camino educativo que hemos perdido. ¿Desde dónde retomamos para volver a encarrilarnos? ¿Cuál es el punto que permite volver a poner las cosas en su lugar? ¿Cuál es el rol de los padres, cuál el de los docentes, el de las autoridades civiles, el de las instituciones educativas? ¿No será que estamos errando el camino? ¿No será que fomentar tanto los derechos individuales se convierte en una amenaza incontrolable?
Es tiempo de repensar muchas cosas. Debemos retomar, antes que sea demasiado tarde, el camino de los valores fundamentales que hacen posible la convivencia, la educación y la trasmisión de un sentido acorde a la espera que tienen nuestros jóvenes.