Nadie puede dudar de la gran variedad de riquezas y potenciales que tiene nuestro país en todos los aspectos que lo identifican como tal. Los recursos naturales que dan lugar a las producciones primarias y sus derivados, no escapan a esta regla. A lo largo y a lo ancho de su extensión se puede encontrar una diversidad que siempre asombra, principalmente a quienes nos observan desde afuera de nuestro querido país.
Si leemos la historia anterior a la colonización de nuestro suelo, podemos ver que aquellos antiguos pobladores tenían a su disposición una gran variedad de recursos para su alimentación y su vida en general. Además de las carne que obtenían en la tierra o en el agua, los frutos, semillas y porciones vegetales, eran parte de distintas dietas y preparados.
Luego de la conquista española y durante los tiempos del virreinato, grandes extensiones de tierra eran entregadas a personas de cierto linaje o afinidades con la clase real. Este proceso continuó durante y después de la campaña del desierto, como un reconocimiento a los servicios prestados por algunas personalidades. Esto dio lugar a los latifundios (grandes extensiones de explotación rural) y la ganadería comenzaba su actividad como explotación más organizada y posible, a partir justamente de los abundantes recursos naturales disponibles.
Fue especialmente a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, cuando surgen extensiones menores, trabajadas en su mayoría por inmigrantes europeos. Para ellos, era una cuestión de lógica comparación: sus tierras de origen, en el otro lado del gran océano, eran de difícil acceso económico, estaban sobre explotadas y socialmente atravesaban guerras, hambrunas y falta de oportunidades. En suelo argentino, encontraban todo lo que se necesitaba para emprender una vida prometedora con un futuro próspero. Los “gringos” como los llamaron, vieron esto y lo tomaron.
Con el correr de los años y los vaivenes de las políticas de turno, las zonas ganaderas fueron cediendo terreno a la agricultura. Comenzó la incorporación de tecnología automotriz, el boom de las vías férreas y muchas economías regionales fueron tomando su identidad propia en esta época.
El proceso de cambio en Buenos Aires
Fue en la segunda mitad del siglo XIX cuando la agricultura extensiva (cereales y oleaginosas) comenzó su desarrollo desde el centro del país para tomar su lugar, tal como la conocemos hoy en día. La provincia de Buenos Aires se constituyó en el área más importante en volumen de cosecha. Su perfil fue claramente definido en una trilogía “agricultura-ganadería- explotación mixta”.
En este proceso, las producciones “de quinta” o intensivas, como pequeños viñedos, montes frutales, huertas y otras de pequeña escala, fueron desplazadas. Claro que se puede entender la lógica de este proceso, si se tienen en cuenta las condiciones de aquel momento: todo favorecía la producción de algo menos complicado, de segura comercialización y transporte ferroviario muy accesible, en lugar de las trabajosas quintas. Los servicios de contratistas de herramientas de labranza y cosecha a gran escala, fabricados en el país, comenzaron a mostrarse como una alternativa válida para el pequeño y mediano productor. Si bien éstos tenían que pagar un costo por los servicios, se evitaban así la inversión y el mantenimiento de un capital mecánico propio, que usarían una vez al año.
Este último aspecto derivó en la casi desaparición de las herramientas chicas y tractores “quinteros” de baja potencia. Por último y por si quedara algo que decir, el “boom” de la soja de los años 80, despejó cualquier duda sobre esta tendencia.
¿Vuelven los “gringos”?
Pero como bien se suele decir, “el futuro no está escrito”. Los procesos de globalización, los nuevos mercados emergentes y los cambios culturales en materia de salud y alimentación, iniciados en los ´90, marcaron un camino de rescate de algunas producciones relegadas al olvido y colocaron en escena otras nuevas. Hay quienes supieron interpretar este contexto y por esta razón, se observa un interés creciente en las producciones alternativas desde el comienzo de esos cambios. Si recorremos hoy nuestras rutas, “mar y sierras”, podemos contemplarlo en primera persona.
Ahora bien, el punto al que queremos llegar, es que en este aspecto como en otros, el SO bonaerense corre con grandes ventajas, por no decir únicas. Las características geográficas típicas de pampa, mar y sierras, ofrecen una base excepcionalmente propicia para un importante abanico de cultivos a los que solíamos llamar erróneamente “no tradicionales”: muchos de ellos se practicaban en la zona antes de la llegada de la agricultura convencional o crecen espontáneamente en campo natural.
La amplia variedad de suelos, la amplitud térmica de las estaciones cálidas (diferencia entre temperaturas máxima y mínimas del día), distribución de las lluvias, la altitud y la ubicación geopolítica, son riquezas estratégicas que no se pueden ni se deben ignorar.
Como es de suponer en este escenario, el protagonismo actual y principal es el de la iniciativa privada. En su gran mayoría son nuevos poseedores de la tierra que se abren camino entre lo tradicional y lo innovador, con una actitud de conquista, como los primeros “gringos”, aunque ahora con inversiones de capital que les permiten competir en el mercado.
Los cambios en la cultura productiva se están abriendo paso, pero se necesita algo más. Se necesitan decisiones gubernamentales y acuerdos productivos para aprovechar un mercado que siempre acrecienta su demanda. Las políticas actuales y el crecimiento que nos aguarda siguiendo esta propuesta, es un tema para una próxima charla.